Tienen puestos los ojos de la especulación urbanística sobre el Monte San Isidro.
Desde que los ayuntamientos y las diputaciones han descubierto el negocio inmobiliario no hay monte ni pradera que se resista a operaciones urbanísticas de enjundia millonaria. San Glorio y el espejismo de una estación de esquí con chalés; el relanzamiento de San Isidro, con campo de golf y más chalecitos. Hasta Las Médulas, patrimonio de la Humanidad, están en el punto de mira de la iniciativa privada para el negocio del hoyo...
No resisten el embate de esta marejada urbanística las eras de Armunia, vendidas para mejor proveer a la ciudad del soñado parque tecnológico junto con los terrenos de la vergüeza de Biomédica. El Jano de Armunia también queda seriamente tocado - ¿era necesario? -y sobre las bodegas mejor conservadas algún día, dicen, se levantará una gran empresa. Adiós fuentes y adiós berros. Adiós camino a Oteruelo.
Si en los versos de Rosalía de Castro, recitados melodiosamente por Amancio Prada, la poeta se despide de sus ríos, montes, regatos pequeños para emprender un viaje -«no sé cuando volveremos»- ahora hay que decir adiós para siempre a estos paraísos de la infancia.
Pero no hay industria que exculpe la destrucción del Monte San Isidro -200.000 metros cuadrados del pulmón de León- que es la coartada que amenaza también el cerro del Castillo en Llanos de Alba y los restos de la fortaleza del siglo IX. En el Monte San Isidro por 700 viviendas, «chalés sociales», se arrasan robles y encinas, el hábitat ardillas, milanos, búhos y armiños.
Ana Gaitero