De la tartera a la barbacoa
MARIO SÁENZ DE BURUAGA/BIÓLOGO DIRECTOR DE CONSULTORA DE RECURSOS NATURALES, SL
El incendio ocurrido en el nordeste de la provincia de Guadalajara ha abierto el debate, no novedoso desde luego, de los medios destinados para la extinción de incendios, de la coordinación administrativa para la lucha contra el fuego y del comportamiento de los ciudadanos en el campo en época de estiaje y descanso. La superficie quemada, en torno a las 14.000 hectáreas, es importante, pero ha sido la trágica muerte de 11 personas, todas ellas trabajadores de retenes antiincendios, la que ha supuesto una tremenda vuelta de tuerca en ese debate a tres frentes. Y decía no novedoso porque España arde a menudo y el marco de discusión es siempre el mismo, si bien el componente dramático de la pérdida de vidas humanas no suele ser, afortunadamente, el que acompaña a tanta chamusquina.
Parece claro que sobre medios habilitados para apagar fuegos y sobre los protocolos de cómo se ponen en marcha aquellos, hay mucho que hablar, hacer y mejorar, pero estas líneas no abordan esta cuestión y sí desean desbrozar, sin la ira de la llama, alguno de los aspectos que conforman el moderno marco conceptual hombre-naturaleza, ése que al fin y al cabo ha sido en este caso y en tantos otros la causa inicial de un luctuoso suceso y de una agresión al medio natural.
Si la historia de la humanidad tuviera 24 horas, la revolución industrial en los países desarrollados no supondría más de medio segundo dentro de ese virtual día evolutivo. Dicho de otro modo, en los últimos 60 años, diez arriba diez abajo, el impacto que el hombre ha provocado sobre los continentes, océanos y atmósfera del planeta ha sido infinitamente más grande que el realizado por el mono sabio sobre este mismo a lo largo de miles y miles de años. Y hablar de más grande es decir poco ya que realmente a lo que habría que referirse es al tipo de impacto, y ahí la cosa no aguanta un solo pase en la revisión más autocomplaciente que deseemos intentar hacer. Devastación forestal, contaminación del aire y de los ríos, efecto invernadero, pérdida de biodiversidad, pesquerías marítimas agotadas, suelos plagados de pesticidas, ruido, urbanización de las costas hasta la misma zona mareal no son sino un inicio de una funesta letanía que nace hace pocas décadas y que, curiosamente, preside nuestro bienestar, nuestra forma de haber llegado hasta aquí con gran satisfacción.
Y es el ocio de esa sociedad del bienestar el que va desbocado hacia un voraz travestismo de lo que en teoría podría ser la vuelta al campo, aunque sólo fuera de fin de semana, convirtiéndolo en un aparatoso montaje basado, fundamentalmente, en el ruido, en la especulación del suelo y en el ladrillo. Y dirán ustedes qué tiene esto que ver con asar unas chuletillas en pleno campo. Pues nada y mucho. Nada porque nada puede uno tener en contra de esta saludable iniciativa cuando se hace con todas las precauciones, y todo porque ese costillar y chorizos que han quedado, como mudos y carbonizados testigos, encima de la barbacoa del Alto Tajo, ilustran la desidia del bochornoso acercamiento del hombre urbano al medio natural, metáfora encendida e incendiaria de un ocio torpe e improvisado en las mejores ocasiones y perfectamente egoísta en tantas otras.
No importa aquí, ahora, la distancia de la parrilla al rastrojo que engulló las ascuas, y sí ese estándar de bullicio de salchichas, griterío, radio a toda pastilla y vehículo inmediato a las sillas y mesita de pic-nic. No importa en este momento si aquella familia tiene toda o parte de la culpa de ese incendio, y sí lo que trasluce o sugiere (que me perdone si no era el caso) acerca de una buena parte de nuestro ocio natural, ése que a menudo no es sino grasa de chiringuito, carretera asfaltada hasta el último rincón y basura abandonada o recogidita en una bolsa estratégicamente dispuesta para que alguien (¿!) la retire; ése que exige la comodidad de lo llano, de la señalización de hasta el último charco, del aparcamiento a pie de obra y de la papelera en cualquier lugar porque es incapaz de llevarse su mierda a casa. Estamos apijotando el campo y domesticándolo a golpe de látigo; la sociedad urbana se acerca a él dejando dinero, y con ello piensa que tiene licencia para casi todo.
Hoy quedamos vapuleados por el incendio, ayer por la riada (38 muertos) en el camping de Biescas (Huesca) como consecuencia de un robo de terreno al cauce histórico de las avenidas fluviales, antesdeayer por el desalojo de 9 pueblos (1200 personas) de la montaña leonesa (Riaño) para anegar un valle con el objeto de regadíos que nunca veremos y mañana para construir en la montaña una estación de esquí en el puerto de San Glorio (León-Cantabria), que no es sino una trampa para construir una inmensa urbanización en uno de los más bellos parajes de Europa, en uno de los mejor conservados. Y detrás siempre el ocio, el cebo de la Naturaleza a nuestros pies, de la venta de lo silvestre a la puerta de casa, una burda operación difícil de parar si no pedimos tiempo muerto para echar un vistazo sereno y solidario al entorno que pide tregua. El incendio ha caldeado las conciencias a través de la muerte, y vienen días de reuniones, de reivindicaciones, de decretos urgentes Es lógico y quizá adecuado. Pero ya digo, es el ocio natural el que exige revisión.
La Naturaleza sabrá salir de ésta como ha salido de tantas. Pero no quedan muchas cartas en la baraja para seguir jugando tan sobrados. Sería bueno que la brasa de la indignación no se apagara tan rápidamente como suele suceder porque, hay, sigue habiendo, muchas cerillas preparadas para cargarse los últimos baldíos y ribazos no cultivados, muchos me-cheros listos para aclarar los pastos, miles de conductores que arrojan colillas , y algunos malvados pirómanos que disfrutan con la tea gigante y descontrolada.
La conquista del fuego, tan magistralmente expuesta en la película de Jean-Jacques Annaud, fue uno de los hitos más relevantes en el arranque del hombre hacia la civilización actual; sin la llama, la Historia no hubiera podido ser tal cual la conocemos. Nada tan acogedor como un fuego de compañía, nada tan sobrecogedor como un incendio salvaje. Muchos años quedan para que lleguemos a utilizar el fuego como lo que en algunos lugares es, una herramienta de gestión en la naturaleza; sí, así es, pero esto es ya harina de otro costal.
Mientras, acudamos al campo a usarlo no a abusarlo, a ver no a llevar, a estar no a levantar. La rueda y el motor deben dar de nuevo el testigo a la bota; con ésta, la de cordones, y con la otra, la de vino, el camino discurre entre la placidez del medio que visitamos. Aparquemos, siquiera en estos momentos de calores, sequías y llanto, la barbacoa y sustituyámosla por la tartera de toda la vida, con su tortilla de patatas y filetes empanados con pimientos.